Me acompañan ella y él con su segundo volumen. Aunque la gente le sea reticente. Un ratito que es tarde. Que mañana hay que ir a buscar a la pequeña cetacea a la casa de la abuela. Y la mamita quiere ir temprano porque extraña. Es que acabamos de volver de un casamiento. De una miga de la señora que lo hacía en segundas nupcias. Ya empiezo a ser un señor que ve amigos casarse por segunda vez. Ayer pibada y hoy señor. Lo importante es que ganó el amor. Brindo por que esta vez sea con más felicidad. Hasta donde tenga que ser pero con felicidad. Porque al final es solo lo que cuenta. Con el kilometraje de sonrisas con varias vueltas. Vamos, que alguna vez le tiene que tocar pasarla bien a los buenos. Se lo merece. Una buena. Porque la vida te enseña que siempre ganan los malos. Raro ejemplar que se alegra de la desgracia ajena. Festejamos los fracasos de nuestros enemigos igual que las victorias propias. Por eso brindo para que esta vez sea con mucha felicidad. Y los canapés. Me traje la tarjeta para pasarsela a Bruno Diaz para que me ajasaje cuando guste. Justo estoy disponible toda la semana. Una selecta variedad de tapas agridulces de locura, y eso que yo no soy hombre afrancesado de estas troladas, pero estaban muy bien. Con un coronamiento de risotto con hongos o en su defecto raviolones de ciervo patagónico. No sabés como se me hace agua la boca con el cuerpo que me pide bajón. Yo voy a la heladera antes de aterrizar. Los postres, mmmmmmmm, los postres.
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